A principios de 1966, una terrible noticia conmocionó a España: un humilde matrimonio de Murcia había visto morir en menos de un mes a sus cuatro hijos pequeños. El caso ocupó las portadas de los todos los periódicos mientras la policía barajaba diferentes teorías para explicar esta macabra coincidencia: enfermedad contagiosa, virus o incluso maltrato por parte de los padres. Pero la verdad resultaría ser mucho más siniestra...
Todo comenzó el 4 de diciembre de 1965, cuando María del Carmen, la menor de los diez hijos del matrimonio formado por Andrés Martínez del Águila y Antonia Pérez, falleció con tan solo nueve meses de edad. Se determinó que la causa oficial de la muerte había sido meningitis.
A los cinco días, la tragedia se cebaba de nuevo con esta familia. Esta vez era Mariano, el siguiente a María del Carmen en edad, quien moría a los 2 años, también a causa de una meningitis (o eso se creyó en su momento).
Lo que hasta el momento parecía una broma cruel del destino se transformó en la sospecha de algo más siniestro con la muerte cinco días después de Fuensanta, de 4 años de edad, y en ese momento la menor de la familia.
Ante la creciente preocupación de los vecinos, se decidió que la familia fuese ingresada en el Hospital Provincial de Murcia, ya que se temía que las muertes fueran debidas a algún tipo de virus o intoxicación. Se sometió a todos los miembros a diferentes pruebas, pero al no encontrar nada extraño se les dio el alta para que pudieran pasar la Navidad en casa.
Las fiestas terminaron de forma trágica el día 4 de enero de 1966 con la muerte del cuarto hermano, Andrés, de 5 años. La hipótesis criminal cobró entonces fuerza y las vísceras de Andrés y Fuensanta fueron enviadas a Madrid para su análisis en el Instituto Nacional de la Salud, donde los expertos no detectaron la presencia de ningún virus.
Posteriormente, dichas muestras fueron remitidas al Instituto de Toxicología, y, tras el examen forense, el resultado fue concluyente: todos los hermanos habían sido envenenados. En los cuerpos de los pequeños se hallaron restos de DDT (dicloro difenil triclor) y de cianuro potásico.
La investigación se centró primero en los padres. La madre, Antonia, de 36 años, estaba embarazada de siete meses, por lo que permaneció en la sala de maternidad del Hospital Provincial San Juan de Dios mientras su marido se sometía a una evaluación psiquiátrica, pero las sospechas pronto se dirigieron hacia la pequeña Piedad, de 12 años y la mayor de las mujeres, puesto que era ella la que se ocupaba del cuidado de sus hermanos.
El investigador y escritor murciano Francisco Pérez Abellán relataría en su crónica del caso: "De pronto los niños empezaron a morir, siempre del menor al mayor, uno tras otro. Era la tragedia de los Martínez del Águila. Internaron a todos, los mantuvieron en cuarentena, pero siguieron muriendo". El caso alcanzó tal relevancia que los principales periódicos nacionales enviaron a sus reporteros a cubrir la noticia, entre ellos un joven Francisco Umbral, que entrevistó a Piedad para el suplemento del "ABC".
Fue un policía avispado al que se le ocurrió tender una trampa a Piedad: se la llevó a una cafetería y en un momento dado fingió que echaba una bola de arsénico en un vaso de leche, a lo que la niña respondió: "Ten cuidado, que con eso puedes hacer mucho daño a alguien".
Así se descubrió a la autora de la muertes y su modus operandi: Piedad hacía unas bolas con el producto que usaba para limpiar las piezas metálicas de las motos (otra de sus tareas además de cuidar a sus hermanos) y les añadía raticida, para a continuación mezclar el veneno con la leche que les daba a los pequeños.
En un primer momento Piedad alegó que había cometido los tres primeros asesinatos por orden de su madre, pero que el último lo había cometido "por propio impulso". La investigación acabaría por exculpar a su madre, que dio a luz mientras permanecía detenida en el hospital.
¿Qué podía haber llevado a una niña de 12 años a cometer estos terribles crímenes? Según acabaría confesando, Piedad no soportaba tener que hacerse cargo de sus hermanos pequeños mientras las demás niñas de su edad disfrutaban de sus juegos, y pensó que la mejor manera de librarse de su pesada carga era el mediante el envenaniento.
Los expertos concluyeron que, si bien la niña padecía una psicopatía, esta se vio aagravada por el denominado "Síndrome del cuidador quemado", una patología en la que la persona encargada del cuidado de individuos dependientes acaba desarrollando un cuadro agudo de estrés y ansiedad por el esfuerzo y la responsabilidad que conlleva esta labor.
Una vez concluida la investigación, y ante la imposibilidad de enviarla a la cárcel, se decidió que ingresase en un convento de monjas para "niñas descarriadas o en situación de riesgo".
Al parecer, durante el internamiento exhibió un comportamiento dócil y alegre, disfrutando despreocupada de los juegos y ocupaciones de su edad. También cultivaba su afición por la calceta y decía que su mayor ilusión sería irse a vivir con su tía Loli (que no tenía hijos).
El destino de Piedad es una incógnita. Su rastro se pierde tras su estancia en el Convento de las Oblatas, y si bien algunas teorías afirman que tomó los hábitos, otros rumores apuntan a que inició una nueva vida en algún otro lugar. De estar viva, a día de hoy tendría 68 años.
RECOMENDACIONES:
Prensa:
Artículo sobre la crónica de Francisco Umbral para el suplemento "Blanco y Negro":
Vídeo:
Reportaje en "Las claves de El Caso".
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